Sí, puede ser un título que parece clickbait pero no, les prometo que es una reflexión basada en hechos reales.
Para contextualizar rápidamente, hace alrededor de un mes, sufrí un pico de estrés. Y no, no fue para nada gracioso como intentamos ocultar a través de chistes o memes.
Desde chica he sido una persona responsable, auto exigente e independiente. Obviamente, al ir creciendo, con ese background te terminás convirtiendo en una workaholic. Siempre vi como un valor en mí el “estar ocupada”, reflejando este hecho en inscribirme en capacitaciones o cursos todo el tiempo, comprando libros para seguir perfeccionando mi trabajo y tomar proyectos para ganar más experiencia.
Sin embargo, no es el punto criticar la superación personal y el profesionalismo como característica en sí, sino más bien, el extremo donde perdemos el foco en pos de la productividad 24/7 los 365 días del año.

Ustedes dirán, o no, quizás es mi mente proyectando una respuesta de los potenciales lectores o lectoras de esta nota. En fin, quizás una percepción u opinión puede ser “todos vivimos estresados con lo que está pasando a nivel país”. No lo dudo, al contrario, creo que una situación de incertidumbre total, donde no podemos tener tranquilidad de casi ningún área de nuestra vida, vivir estresados es moneda corriente. O, al menos, eso pensaba.
Volviendo al hecho que desencadenó esta breve nota, venía de semanas donde trabajaba hasta tarde, cancelaba mis compromisos para seguir trabajando y la vida familiar estaba pendiendo de un hilo. Sumado a eso, llevaba un par de meses viviendo sola, situación que roza el privilegio en Argentina, y te obliga a ser lo más organizada posible para que ese sueño que costó tanto cumplir no se esfume.

Cuestión que, un lunes, decido realizar unos ajustes a una capacitación que tenía que brindar al otro día. Eran cerca de las 11 de la noche y mi cerebro solo veía líneas, imágenes y letras. Claramente ya no tenía más nada que aportar, pero ahí estaba, frente a la compu y chequeando el celular.
Cerca de la 1am cierro la sesión, me lavo los dientes y con mi mejor outfit (una remera larga y medias abrigadas), me voy a dormir. A las pocas horas, ya el cuerpo me estaba dando el primer aviso de lo que venía, mostrándolo en una parálisis del sueño. Si no saben lo que es, sigan sin experimentarlo.
Continúo. La alarma estaba programada para las 7am aunque, a esta altura, mi mente estaba una hora adelantada y mi cuerpo no reaccionó. Es decir, a las 6 am abro los ojos y, como si fuera un hechizo de película, desde la nuca hasta la zona lumbar la tensión se apoderó de mí. No podía mover los ojos porque me dolía el nervio óptico, no podía moverme porque me mareaba. Tenía mi cuerpo duro, tieso. Levantarme podía costarme una caída sin reacción al piso, no podía mantenerme en pie.

¿Se acuerdan que más arriba hablé de la auto exigencia? Me olvidé de comentarles sobre mi leve adicción a ser autosuficiente, tema que estoy trabajando hace tiempo pero, cada tanto, se vuelve protagonista en mi vida. Lo más lógico hubiese sido llamar a una ambulancia, pero no. Lo más lógico para Barbi era pensar “esto en un ratito se me pasa y voy a laburar”.
Pasaban las horas, se acercaba el momento de cumplir mi horario y me di cuenta de que ir a trabajar era una falacia. Al no ver mejoría en lo absoluto, procedí a buscar la única pastilla de ibuprofeno que me quedaba y la tomé. Por dos horas, me desmayé y descansé. Pude levantarme para “adelantar cosas que tenía que hacer”, el reposo no estaba en mi diccionario, aunque no aguanté ni una hora frente a la pantalla.
Después de una tarde del horror, y asustada por el cuadro que no mejoraba, decido llamar a emergencias. Luego de un breve chequeo, el diagnóstico del médico concluyó en un pico de estrés muy fuerte, generando una tensión emocional que mi organismo intentó expresar para darme un cachetazo y lo mirara con más atención.
Ojo, quiero agregar que, a nivel alimentación y cabeza, vengo haciéndome cargo con las profesionales correspondientes. Sin embargo, esto fue producto de un estilo de vida que venía acarreando y eligiendo hace años. Luego del diagnóstico, una inyección de diclofenac y corticoides fue el shock que me permitió bajar un cambio y volver a sentirme un poco mejor.
Y, pensé, “listo, acá se acabó todo”. Spoiler alert: No, esto recién estaba empezando.
Después de ese clímax que representó el pico de estrés, mi mente y cuerpo cayeron a un pozo. Emocionalmente, me encontraba muy angustiada, triste, sin energías. Intentaba “ponerle onda y volver a ser yo”, situación que me era imposible sostener porque no tenía de donde sacar energía. Así comenzó un camino corto e intenso, de un poco más de 30 días, para volver a estar en un nuevo punto de equilibrio. Y hablo de nuevo, porque ya no soy la misma persona.
No es mi idea que suene trágico, al contrario. Hoy me doy cuenta que lo que hacía era insostenible y agradezco poder tener otra perspectiva sobre lo que es “ser una persona exitosa”.
Si sienten que están pasando por una situación similar, donde están sobrepasados y no pueden frenar, les traigo una reflexión que dio origen al título de esta nota.
Una amiga, que hacía mucho tiempo no veía, después de escuchar este relato en detalle, me dijo lo siguiente: Vos exitosa vas a ser, ¿pero a qué costo? ¿Cómo vas a disfrutar tu éxito?
En ese momento se me llenaron los ojos de lágrimas y pensé: “tiene toda la razón”. Mi salud mental y física está por encima de cualquier logro académico o profesional. Y, lo más importante, es disfrutar del camino y las personas que te acompañan. La palabra éxito será diferente para cada persona, según su formación, valores y contexto donde se desarrolle. Sin embargo, estamos asfixiados por expectativas ajenas y propias que pueden ser muy dañinas para nuestro bienestar. Mi deseo para ustedes es que se tomen un momento para sí mismos y puedan poner en la balanza qué es lo que realmente importa. Antes de cerrar, quiero agradecer a todas las personas que se preocuparon por mí y me ayudaron desde su lugar.
Les mando un abrazo fuerte.
Barbi
